Desde hace dos semanas estamos bombardeados por múltiples noticias y artículos sobre la vuelta a la nueva normalidad. Si lo analizamos con calma, ni es nueva, ni es normal que estemos hablando de esta situación. Parece, cómo si hubiera un especial interés en resaltar este tema del regreso al colegio entre las demás noticias (por cierto, muy poco esperanzadoras).
Muchos padres manifiestan en consulta su miedo e incertidumbre. El número de contagios y rebrotes avanza de forma rápida y cómo Madres y Padres nos entran ciertas dudas sobre este regreso a las aulas.
En ciencia se dan en muchas ocasiones paradojas en los datos que nos corresponde interpretar y dar sentido. Suele ocurrir porque solo accedemos a verdades parciales y desconocemos gran parte de los fenómenos que estudiamos, por eso intentamos validar y confirmar nuevas hipótesis que nos permitan avanzar. En esta pandemia, este proceso, se ha vuelto a repetir.
En el tema que nos ocupa con mayor razón, los niños pueden ser a la vez los más hábiles para adaptarse a las situaciones difíciles y los más vulnerables, en el caso de que no lo consigan. Tienen una gran capacidad de adaptación, son flexibles y prácticos, pero a la vez son más propensos a padecer ansiedad y disminución del ánimo, a verse afectados en su proceso de aprendizaje y a sufrir las secuelas por el aislamiento social y estimular.
Los datos de los estudios y las evidencias nos han demostrado que se adaptan con mayor facilidad que los adultos a los cambios y desarrollan estrategias de enfrentamiento…hasta un límite, claro está.
También es algo evidente que los más pequeños y los adolescentes no perciben el riesgo y les cuesta ponerse en el lugar de los demás, no anticipan las consecuencias de sus actos a la velocidad de un adulto maduro. Ni la maduración de su cerebro, ni su capacidad de aprendizaje se lo pone fácil.
Hemos de ser conscientes que hace muchos años que la ciencia demostró en psicología, que la información no es suficiente para cambiar conductas ni actitudes, por lo tanto, es necesario hacer algo más si queremos avanzar. Decirle a nuestros hijos que tengan cuidado no es suficiente. Es necesario sensibilizar, anticipar consecuencias cercanas, utilizar modelos de personas con las que se identifiquen, mostrar de forma clara y explicita las consecuencias, entrenar conductas de prevención (no solo hablar de ellas), reforzar su uso cotidiano, facilitar medios económicos…etc.
Si volvemos a una situación de confinamiento prolongado sin acudir a clase, empezaran a presentarse alteraciones de comportamiento en nuestros pequeños, con mayor frecuencia e intensidad de las que han aparecido hasta la fecha. Hasta el momento hemos observado alteraciones del sueño, irritabilidad, aparición de fobias (en los niños y adolescentes más sensibles) relacionadas con la posibilidad de contagio o con otros temas (oscuridad, accidentes…), ideas obsesivas, disminución del ánimo y apatía. La incidencia varía mucho en función de las estrategias y habilidades de los propios niños y sus familias, de sus condiciones sociales y del seguimiento familiar.
Tras meses de confinamiento y el cierre de colegios en muchos países del mundo, Save the Children ha entrevistado a más de 6.000 niños en Alemania, Finlandia, España, EEUU y Reino Unido para conocer cómo afectó esta emergencia a su estado emocional y psicológico. La investigación revela que prácticamente uno de cada cuatro niños sufre ansiedad por el aislamiento social y que muchos de ellos corren el riesgo de sufrir trastornos psicológicos permanentes, incluida la depresión.
Según la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y el Adolescente un 30% de los niños y adolescentes podrían presentan síntomas de estrés postraumático en nuestro país. Y en cuatro de cada diez hogares los niveles de estrés y problemas de convivencia han aumentado, en buena medida por las malas condiciones de habitabilidad y el tamaño reducido de las viviendas. Las secuelas también son mayores en entornos urbanos que en zonas rurales donde las viviendas son más grandes y la naturaleza más próxima.
El cierre de las escuelas ha supuesto, según la UNESCO, la reclusión de 1.600 millones de niños en sus casas, afectando a su desarrollo cognitivo y emocional. Dependiendo de su edad afectará a diferentes capacidades cognitivas, pero, en mayor o menor medida, tendrá consecuencias.
Aquellos países del norte de Europa, Canadá y Estados Unidos tienen estudiado que efectos provoca en sus escolares la no asistencia a clase por culpa del clima por periodos prolongados y en todos los estudios se comprueba un descenso claro en su rendimiento escolar cuando se reanudaron las clases.
Nuestro cerebro ha evolucionado para aprender y para adaptarse. Para conseguirlo necesita algunos requisitos, uno de ellos es moverse y poder interaccionar con su entorno. Poder desplazarse, hablar con iguales, analizar situaciones, observar la naturaleza e interaccionar con ella. De esta interacción con el entorno surge la posibilidad de aprender, repetir acciones, observar resultados, ver a otros realizar conductas, ser reforzado o castigado, practicar por ensayo-error y progresar.
La actividad física nos beneficia no sólo desde el punto de vista fisiológico, sino también nos ayuda a equilibrar nuestro estado de ánimo y permite nuestro aprendizaje.
Además durante este confinamiento se han hecho evidentes las diferencias entre los colegios y la sensibilidad e interés por el profesorado para garantizar un aprendizaje de calidad con el adecuado seguimiento o cumplir el expediente mandando deberes y trabajos. Muchos niños se han adaptado muy bien a esta situación y otros se han visto desbordados, perdidos y exageradamente cargados de tareas sin sentido y sin seguimiento. Enseñar a distancia, no es mandar tareas.
Para poder anticipar cómo puede afectar una nueva situación de confinamiento a nuestros pequeños hay que considerar que hay una relación inversa entre los recursos, las habilidades de enfrentamiento y el apoyo social y emocional que les aportamos y la incidencia y secuelas por el periodo de confinamiento. Es decir, no depende sólo del carácter o de la personalidad de nuestros hijos como les afectará esta situación, sino de otros muchos factores que pasaremos a analizar. A más recursos sociales, económicos, culturales, materiales, personales, psicológicos, educativos, escolares y emocionales…menor incidencia de dificultades y secuelas.
La mejor opción sería reanudar las clases de forma semipresencial, unos días se podría acudir a clase y mantener un contacto cercano con profesores y compañeros y otros días desde su domicilio, en formato on line. Se podría dividir la clase en dos grupos y el día que no toque ir a clase se recibiría la misma clase presencial impartida a sus compañeros, pero desde casa. Esa misma clase se puede retransmitir en directo para los que estén en su domicilio, no haría falta contratar más docentes ni elaborar nuevos contenidos.
Sí sería necesario organizarse mejor y reducir contenidos accesorios, de los que por cierto, está llenos los libros de los niños. El programa de contenidos avanzaría solo que unos días nos toca ir a clase y otros no.
Dos ideas clave que son posible mantener, incluso en un nuevo confinamiento serían las siguientes:
La Incertidumbre, la soledad y la sensación de indefensión nos crea estrés, por ello hay que garantizar en los niños información, predicción de cambio y contacto social.
La falta de juegos al aire libre, las limitaciones en su patrón de actividad física, el estrés prolongado, el aburrimiento y el distanciamiento social, pueden provocarles problemas de salud mental tanto a corto, como a medio plazo.
La intolerancia a la incertidumbre y la sobre exposición a las redes sociales son poderosos agravantes de los efectos negativos del aislamiento por coronavirus.
Mejorar nuestros Recursos de Enfrentamiento
Algunas estrategias que podemos poner en marcha al inicio del colegio pueden ayudarnos a disminuir el posible malestar.
Por ejemplo, enseñar a nuestros hijos como enfrentar una situación de confinamiento. Anticiparles que puede ocurrir de nuevo, que no se asusten, que ahora los profes están mejor preparados y que posiblemente haya colegio algunos días si y otros no.
Darles información comprensible a su edad, sobre la necesidad de estas medidas hasta que se encuentre la vacuna y cuando esto ocurra que ellos serán uno de los primeros colectivos en recibirla. Si no podemos jugar tanto como antes en el recreo, luego jugaremos en casa.
Fomentar en nuestros hijos algunas estrategias de autocontrol y desenfado ante momentos de frustración, en especial por el exceso de trabajo personal o por no poder seguir las actividades extraescolares acostumbradas. Ayudarles a programar la semana y complementar la ausencia de algunas actividades con encuentros con sus amistades cercanas y conocidas en entornos alternativos y seguros (los llamados grupos burbuja). A la vez hay que transmitirles que aún no podemos hacer todo lo que antes si hacíamos.
Ayudarles con sus habilidades sociales y de comunicación, en especial con aquellos que les resulta difícil participar en los entornos on line. No concluir que saben manejarse en ese entorno y hacer un seguimiento de sus tareas y de los periodos y fechas de entrega de trabajos.
Ayudarles con algunas tareas escolares y decirles que pueden contar con nosotros y con sus profesores. Entrenarles en cómo hacer preguntas a sus profesores con las nuevas herramientas informáticas y no dar por sentado que saben organizarse y planificar.
Hablar junto a ellos de lo anecdótico de la situación y lo circunstancial…serán unos meses…y desarrollar juntos la adecuada autonomía, protección y autocuidado en sus días en la escuela. Repasemos de vez en cuando cómo se pone y se quita con seguridad la mascarilla, como cambiarnos de ropa al llegar a casa, cómo limpiar nuestro calzado y nuestras pertenencias y recompensemos con algún refuerzo esas conductas.
Anticipar que ahora lo importante es seguir aprendiendo cosas al ritmo que podamos y no quedarnos parados. Aprovechar para crear un horario y seguir rutinas en los días que no tengamos que acudir a clase.
Los padres que hayan sabido explicar lo que está ocurriendo, muestren cercanía emocional y hallan programado actividades adecuadas para que sus hijos continúen su desarrollo, han tenido menos secuelas que los que no han podido dedicarles ni tiempo, ni recursos.
No olvidemos transmitirles nuestro ánimo y nuestra comprensión y que confiamos en que pueden enfrentar esta situación. Preguntarles si se les ocurre alguna forma de organizarse y sondear que piensan de la situación.
Los niños y los adolescentes pueden entender que los cambios son una parte de la vida y que en ocasiones hay que improvisar y modificar nuestros hábitos para adaptarse a esos cambios.
Una idea central y muy importante que hay que transmitir a nuestros hijos es que ante las adversidades siempre podemos hacer algo. Pensemos juntos que está a nuestro alcance.
Garantizar el contacto social con iguales en diferentes formatos, presencial o digital, ya que nos aporta apoyo emocional y posibilidad de información y contraste de opiniones. Nuestro cerebro necesita de los demás para aprender y también necesita del movimiento para que ese aprendizaje sea de calidad. Si la situación futura nos sitúa de nuevo en un confinamiento total habría que garantizar estas dos estrategias de aprendizaje, aunque fueran en formato a distancia.
Ver a nuestros amigos, familiares, compañeros nos permite reírnos, comunicarnos, tranquilizarnos y normalizar la situación.
Mantener actividades sociales seguras es necesario para nuestro desarrollo cognitivo y emocional.Los niños necesitan jugar de forma presencial, no sólo de forma digital, necesitan interaccionar, correr, hacer deporte, reírse, mirarse, escucharse, enfadarse, pelearse y todo ellos ayuda al desarrollo de su cerebro y garantiza el aprendizaje.
La soledad y el aislamiento facilita la bajada del ánimo, la apatía y la sensación de desesperanza y dificulta de forma notable el aprendizaje, lo hace lento, con menor precisión. Nuestra atención y nuestra memoria son muy sensibles a la ansiedad y al estado de ánimo.
Potenciar este periodo para descubrir capacidades que hasta ahora no habíamos tenido tiempo para practicar, por ejemplo, jugar más con nuestros hijos, hablar más con ellos, preguntarles por lo realizado en clase o en casa, ayudarles con alguna tarea, proponerles nuevas actividades en formato on line, descubrir nuevos juegos, leer juntos, participarles de alguna tarea de ayuda en casa…etc
El confinamiento favorece también algunas experiencias personales positivas, como ciertos cambios en los valores personales, distintas formas de administrar el tiempo o la resiliencia antes situaciones negativas.
Hacer planes para cuando podamos retomar una vida normal y disfrutar juntos de recuerdos de actividades del verano. Ayudarles a valorar la importancia de las actividades al aire libre y de las relaciones con los demás, como alternativa al uso desmesurado de lo digital.
Hay muchas evidencias en la investigación que relacionan la interacción social y el juego al aire libre para una salud mental adecuada, su relación con el bienestar emocional del niño y su correcto desarrollo. El juego con iguales también nos enseña a autocontrolarnos, a medir fuerzas, a aceptar reglas y seguir instrucciones, a tolerar perder y frustrarnos, a saber ganar, a esforzarnos, a comunicarnos y a compartir y ser empáticos.
Al tener más tiempo libre muchos niños han caído en un uso excesivo de medios electrónicos de entretenimiento, videojuegos, teléfonos, tabletas o consolas. No son perjudiciales en sí mismos si se limitan en el tiempo (antes de los 4 años no se necesitan, hasta los 10 años no más de una hora al día, entre los 10 y los 14 no más de hora y media y a partir de los 15 dos horas máximo) y se alternan con juegos al aire libre y con la interacción social presencial. Un uso excesivo de pantallas limita nuestra memoria de trabajo y nuestra atención mantenida.
Hay estudios que demuestran que también se ha reducido el estrés en los niños al no tener que acudir a clase, algo que nos debería hacer pensar en nuestros horarios y nuestros programas educativos basados muchos de ellos en la transmisión de conocimientos.
Fuerza y paciencia.
Por Jesús Paños,
Psicólogo Clínico y Neuropsicólogo.
Responsable Unidad de Trastornos Atención, Aprendizaje y Psicología de la Salud en Blue Healthcare área Mind.
Responsable Unidad de Psicología Clínica Infancia y Adolescencia Servicio de Pediatría Hospital San Rafael Madrid.
Más info: https://www.bluehealthcare.es/area-mind/
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